Mi meta estaba a 1.000 km. Un poco lejos, en efecto. Así que partí de donde estaba, definí el rumbo y empecé a andar.
Ocurrió que cuando estaba justo en la mitad, cuando llevaba ya recorridos 500 kilómetros, me desanimé. Me sentía cansado y no veía el final.
Así que decidí regresar al punto de partida, volviendo sobre mis pasos y recorriendo de vuelta los 500 kilómetros andados en la ida.
Cuando llegué al origen de mi viaje me sentí cansado, triste y desanimado, porque todo el esfuerzo hecho y el tiempo dedicado no había servido de
nada.
Me paré por un momento a pensar, cosa que no había hecho cuando decidí volver... ¡y me di cuenta de que era un completo imbécil!
Porque había andado 1.000 kilómetros y estaba donde al principio, mientras que si los hubiera andado hasta el final me habrían llevado hasta objetivo.
Ocurrió que cuando estaba justo en la mitad, cuando llevaba ya recorridos 500 kilómetros, me desanimé. Me sentía cansado y no veía el final.
Así que decidí regresar al punto de partida, volviendo sobre mis pasos y recorriendo de vuelta los 500 kilómetros andados en la ida.
Cuando llegué al origen de mi viaje me sentí cansado, triste y desanimado, porque todo el esfuerzo hecho y el tiempo dedicado no había servido de
nada.
Me paré por un momento a pensar, cosa que no había hecho cuando decidí volver... ¡y me di cuenta de que era un completo imbécil!
Porque había andado 1.000 kilómetros y estaba donde al principio, mientras que si los hubiera andado hasta el final me habrían llevado hasta objetivo.
Alex Rovira Celma
La Brújula Interior